El blog de José Luis Povo

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jueves, 26 de marzo de 2009

fallece Salvador Vázquez de Parga



ha fallecido Salvador Vázquez de Parga, uno de los grandes teóricos de la historieta y de la cultura popular de este país. Autor de obras tan importantes como Los comics del franquismo (Planeta, 1980), las monografías sobre Alex Raymond, Emilio Freixas y Harold Foster que editó Toutain, o Los tebeos de aventuras en 200 portadas (Glénat, 1999) y de centenares de artículos en revistas.
Desde aquí quiero rendirle homenaje, recordando su artículo "Franquin, Spirou y compañía"que en su día escribió en el número 5 de la revista CAIRO, y que figura entre esos cuatro o cinco escritos sobre historietas que más huella me han dejado a lo largo de los años. A continuación reproduzco íntegramente el texto de aquel espléndido artículo. ¡Hasta siempre, maestro!


Franquín, Spirou y Compañía
Autor: Salvador Vázquez de Parga© Norma Ediorial, 1.982ISBN 84-85475-08-9
Este articulo fue publicado originariamente en la revista CAIRO número 5.El fantasma de Tintín flota insistentemente sobre las páginas de esta revista desde su primer número. Tintín, como personaje y como semanario infantil, ha tenido en Europa su más encarnizado rival en Spirou, y hasta el momento pocos se han ocupado aquí de Spirou. Quizá todo viene de que mientras nuestro país ha gozado desde los años 50 de la presencia continuada del niño bobalicón de los pantalones de golf y el pelo tieso, y con él han crecido varias generaciones, Spirou, el botones listo del flequillo levantado y los botines blancos, ha pasado fugazmente por estas latitudes en varias ocasiones, sin llegar a asentar definitivamente sus reales. Y, sin que sirva en absoluto de menosprecio para el primero, algunos prefieren al segundo.
Es comprensible, sin embargo, que Spirou no haya ocasionado en la juventud española tan abundantes neuras como Tintín. Y no es porque no haya creado a su alrededor un universo mágico y maravilloso al menos tan atractivo como el de éste. Seguramente su ausencia le ha perjudicado, y sólo en los últimos anos sesenta, cuando sus álbums podían encontrarse en las librerías, consiguió cierto número de fans. Después, sus aventuras publicadas en revistas como Strong, Cavall Fort o Spirou, no despertaron demasiado interés, porque sólo la completa lectura de cada historia, como una unidad, en la forma de álbum o comic-libro en que está concebida, permite la captación de ese mundo fascinante, del espíritu de Spirou y de los fantásticos detalles de sus hazañas.
Y si decir Tintín equivale a hablar de Hergé, la idea de Spirou no puede desligarse de Franquín. Franquín, sin embargo, no creó a Spirou. Otros antes que él, le habían infundido vida. Pero Spirou es Franquín, porque ni Rob-Vel ni Jijé, sus antecesores, le dieron el aspecto y la personalidad con que le conocemos, su aspecto y su personalidad definitivos.
Todo empezó en 1946. Entonces el joven Franquín se dedicaba a los dibujos animados y de vez en cuando publicaba además algún dibujo en la revista Le Moustique bajo la influencia, como todo dibujante belga que se precie, del maestro Hergé. Spirou, nacido en 1938 en el semanario al que da nombre, había sido transferido desde la guerra a otro gran maestro del cómic belga, Joseph Gillian, alias Jijé, y un buen día éste, cansado del personaje, decidió dedicarse a otros menesteres dejando la mascota de la revista en manos de ese recién llegado que se llamaba André Franquín. Al principio, éste intentó seguir el estilo gráfico de su antecesor, pero en seguida se despegó de él sin desdeñar por ello su influencia.
Spirou era entonces el pequeño botones de la casa editora de su propio semanario, protagonista de aventuras no demasiado largas y no demasiado interesantes. Casi desde su nacimiento colocaron a su lado a una ardilla llamada Spip, y, en tiempos de Jijé, se le añadió un compañero, Fantasio, joven reportero del periódico de Spirou. Con el tiempo, Spirou y Fantasio formarán la pareja perfecta; sus caracteres se complementan y ambos comparten el papel protagonístico sin subordinación de uno a otro, aunque Spirou sigue siendo el originario titular. Franquín asume los personajes y crea a su alrededor un mundo extraordinario y sugestivo que marca su verdadera personalidad, un ambiente maravilloso y fascinante del que ya nunca podrán sustraerse, y cuando abandone la serie en 1968, irremisiblemente Spirou y Fantasio se precipitarán por un pronunciado declive al no hallar en ese mundo, ya desaparecido, en el espíritu y el soplo de Franquín, una base firme para asentar su aventura.
De su mente y de su pluma salió todo el universo de Spirou y Fantasio. El fue quien dio a los héroes su completa imagen actual: comenzó por trivializar la profesión de Spirou convirtiéndolo en solo un joven aventurero, aunque conservando, eso sí, el uniforme que le había caracterizado. El creó a Pactme Héggésippe Adelard Ladislas, conde de Champignac, noble arruinado, micólogo e inventor de las píldoras Camaleón, capaces de variar un número infinito de veces la pigmentación de la piel, del Metomol, un vapor que licua los más duros metales, del gas soporífero, cuyos efluvios pueden dormir a todos los habitantes de una ciudad, y de tantos y tantos prodigios de laboratorio. Y naturalmente fue también quien imaginó todo el pueblo de Champignac, con el castillo del conde, con su alcalde ególatra y discurseador, con M. Dupilon, el omnipresente borrachín, con el granjero Gustavo y con todos los personajes episódicos que dan vida a la pequeña ciudad de la campiña. Allí se desarrollan muchas de las aventuras de Spirou, allí acuden casi siempre los malvados que quieren raptar o aniquilar a su amigo el conde. Pero en múltiples ocasiones Spirou y Fantasio se trasladan a otros lugares, al corazón de África, a un ignoto país centroeuropeo, a la India misteriosa o a Palombia, situado en las selvas sudamericanas. Es precisamente en Palombia donde Spirou y Fantasio encuentran al Marsupilami, probablemente el más genial de los hallazgos de Franquín. Como se sabe, el Marsupilami es un extraño animal, un fenómeno de la naturaleza, mezcla de simio, felino y marsupial, de piel amarilla moteada de negro y larguísima cola que admite usos muy variados; es anfibio y emite un extraño sonido que se traduce onomatopéyica mente por "Huba";, e incluso en una ocasión se le concedió el don de repetir las últimas palabras que había oído. Un animal extraordinario que dio pie a Franquín para concebir una de las más bellas fábulas animalescas, "El nido de marsupilamis", la poesía hecha cómic como sólo podía entenderlo un poeta e historietista fuera de lo común.
Por lo demás Spirou es aventura, pero aventura humorística. Sus guiones están extremadamente cuidados por el propio Franquín y sus colaboradores. Una aventura plagada de gags ingeniosísimos, de fantasía y realidad, de ternura e inocencia, de parodia y caricatura, y siempre con cierta tendencia a lo absurdo, a la sátira y a la ironía. Pero en definitiva, aventura que potencia la libertad de nuestros héroes para luchar contra la injusticia, contra los malos si es que malos puede llamarse a sus antagonistas. Porque en el mundo de Spirou, en el mundo de Franquín, el mal integral no tiene cabida; por eso los malvados, sus oponentes, son solamente grandes fracasados movidos por la envidia, por la ambición o simplemente por el ansia de destacar o de mejorar. En el fondo son sólo unos infelices con terrible apariencia, poca conciencia y mala suerte. Antológica es en este punto la aparición del verdugo Kilikil que tortura a Fantasio escribiendo sobre una pizarra con una tiza chirriante. Y curiosamente los nombres de los grandes malvados, de quienes en algún momento fueron enemigos de Spirou, tienen la Z como inicial nefasta, rememorando en sentido contrario el famoso signo de El Zorro. Así Zabaglione, el director de circo que quiso robar el Marsupilami, Zantafio, el primo malo de Fantasio que llegó a ser dictador de Palombio (cuyas traducciones al catalán y al castellano fueron retiradas precipitadamente del mercado) y Zorglub, el compañero de estudios de Pacomio de Champignac, frustrado por su soledad y creador de un imperio clandestino.
Pero el atractivo de las aventuras de Spirou no sólo reside en el interés que emanan sus divertidos guiones. Estamos ante una atmósfera especial, ante un clima de irrealidad y maravilla que sólo puede ser captado por el dibujo. Y Franquín en esto se revela desde el primer momento como uno de los artistas de mayor talla del cómic europeo. Lógicamente, en los años que dedicó a Spirou su estilo evolucionó notablemente, y cada paso de esa evolución suponía un nuevo logro en su técnica narrativa, un perfeccionamiento en su grafismo, un nuevo componente de su personalidad creadora. Su medio es, desde luego, la caricatura, una caricatura al principio simple y sencilla que sigue las influencias de los grandes maestros belgas. Pero a medida que Franquín se confía al medio, la caricatura se expande, se amplía y abarca absolutamente toda la historieta, porque Franquín, hábil creador de ambientes, caricaturiza también éstos con su pluma y distorsiona la realidad de las cosas, de los objetos, de los animales, exagerando cada vez más sus rasgos esenciales exactamente pormenorizados.
Uno de los mayores atractivos de sus comics es precisamente esa caricatura ambiental, la caricatura de las calles, de las casas, de las señales de tráfico, de los parques, de los muebles, de los decorados hasta en sus menores detalles. Porque esa es una manera de aprehender las cosas: describiéndolas gráficamente de manera minuciosa y a la vez exagerada. Notable es su caricatura de automóviles practicada después por muchos dibujantes belgas; no se trata de inventar tipos de coches ni de dibujar automóviles de memoria; se trato de caricaturizar los modelos reales que se hallan en el mercado, los nuevos y viejos modelos que circulan diariamente por las carreteras, sin que ello sea obstáculo para la invención de tipos súper avanzados, como el turboauto de Fantasio o de ingenios aéreos desconocidos si conviene a la narración. Y esa caricatura se extiende si es necesario a los modelos de aviones, de embarcaciones y de máquinas y artefactos de cualquier clase. Es realmente una pintura naturalista de las cosas, distorsionada sólo por la genial visión caricaturesca de Franquín.
Y, ?qué decir de las caricaturas de animales? Franquín sabe poner en ellas toda su ternura, todo su cariño y todo su candor. Y no sólo en los animales obligados: en el Marsupilami, único fruto de su imaginación en este terreno, en Spip, un poco abandonado desde que nació el anterior. También en los que capta ocasional o casualmente. Un perro, una vaca, una gallina, son tan graciosos y sugerentes como una fábula clásica.
A partir de Franquín son muchos los historietistas franco-belgas que han practicado la caricatura de los objetos. Porque Franquín hace ya años creó escuela, la que ha venido a llamarse escuela de Marcinelle, adoptando el nombre de la ciudad donde se edita el semanario Spirou. Muchos artistas coetáneos suyos se han dejado influir por su exuberante estilo siempre cambiante, siempre en pleno desarrollo sin perder la línea fundamental. Algunos lo han asimilado derivándolo hacia directrices personales, otros, peor dotados, han seguido paso a paso la propia evolución del maestro.
La línea clara, típicamente belga, que en un principio cultivaba Franquín fue oscureciéndose con el tiempo al aceptar el claroscuro como componente de su lenguaje, Pero sólo en los últimos álbums de Spirou se deja notar esta variación, porque con la penúltima aventura de Spirou, termina Franquín una etapa de su vida y de su arte para comenzar otra más vigorosa y seguir evolucionando hacia una meta desconocida.
Poco a poco Spirou iba apoderándose de Franquín. Y Franquín no quería perder su libertad de artista y convertirse en un esclavo de Spirou. Para evitarlo creó nuevos personajes, dibujó nuevas historias. Primero fue Modeste et Pompon, un retrato de costumbres al modo americano con el estilo propio de los belgas. Es sin duda la obra menor de Franquín, que apareció bajo su firma entre 1955 y 1959 en el semanario Tintín. Los gags autoconclusivos limitaban la riqueza de los decorados y la fantasía de la aventura. Su mundo era menos personal y menos atractivo que el de los otros personajes quizá por hallarse más cercano a la realidad cotidiana.
Y en 1957 la bomba Gaston. Gaston Lagaffe permite a Franquín desarrollar esas ansias de libertad que Spirou empezaba a coartarle y se convierte en una especie de vía de escape por la que paulatinamente van deslizándose sus neuras, sus fantasmas, sus obsesiones. Por su propia naturaleza los gags de Gaston aparecen también en forma autoconclusiva y nunca se han ligado en una historia más extensa. Pero es lógico, porque Gaston es un antihéroe y tal no puede protagonizar una aventura. Gaston es el muchacho de los recados de la redacción de Spirou y en ella se ha construido un mundo limitado. Es vago, inteligente, ingenuo y realmente tiene mala pata. Posee un gato loco y una gaviota amaestrada que conserva en la oficina, y es dueño de un Ford T que últimamente, para ahorrar combustible alimenta con gasógeno. Constantemente desarrolla su ingenio inventando extraños artefactos que le permitan trabajar menos; algo así como los inventos TBO modernizados. Lo que suele ocurrir es que en último momento algo falla. A Gaston esto no le importa demasiado porque en realidad a quien perjudican sus fallos es a los demás a las personas que se hallan a su alrededor que cada vez son más numerosas. En este caso Franquín suple la monotonía del escenario con la aparición de personajes nuevos a cual más pintoresco. Caricaturizados en su físico y en su carácter, los personajes de Gaston desfilan por la redacción de Spirou para ser víctimas inocentes de las meteduras de pata del joven meritorio. Fantasio era al principio su superior inmediato y, en compensación, Gaston asomó esporádicamente en alguna aventura de Spirou. El mundo de Gaston, con todo el simbolismo que ello encierra, se expande hacia su interior ensanchando incesantemente la aparente estrechez de sus límites. Y esto sí es un verdadero desafío a su autor que ha de utilizar toda su fantasía para poder llegar a las más disparatadas situaciones.
Gaston ha sido quizá el personaje preferido de Franquín porque es su propia caricatura, no lo ha heredado de nadie, como ocurrió con Spirou, y lo ha modelado a su antojo. Y una vez abandonado Spirou, volcó en Gaston toda su voluntad. Por eso en Gaston se detecta mejor la evolución última del arte y del alma de Franquín, su pérdida de la ingenuidad y el inicio de su pesimismo. El grafismo adquiere más y más relieve, las manchas negras cobran importancia, los trazos se multiplican en una especie de caricatura del barroquismo. Los fantasmas de Franquín van apareciendo: los monstruos, las siluetas negras, el obispo revestido que pasea por algunas viñetas, todo lo que marcará su última etapa.
Porque Franquín en 1973 se encontró a las puertas de la muerte, víctima de un infarto, y esto hizo cambiar sus perspectivas del mundo y de la vida. Un cambio que aparece evidente en su obra. Franquín deja entonces de ser un niño y duda de si lo que le rodea vale la pena, de si el camino recorrido sirvió para algo. Se vuelve pesimista, pero no por ello pierde su alegría, lo que ocurre es que ahora se ríe de otras cosas, su humor es más profundo y menos candoroso.
Y sin abandonar a Gaston, en 1977 se lanza a una nueva empresa. Junto con el guionista Yvan Delporte, intento, dentro de Spirou, un periódico distinto donde cada colaborador se expresa libremente sin la censura del editor. Allí se inician las Ideas Negras y allí Franquín pone de manifiesto una vez más su genio en una cosa tan simple como es el rótulo del periódico, +Le Trombone Illustré;, cambiante en cada número. Ya anteriormente la viñeta semanal que ilustraba la portada de Spirou para presentar al personaje de la semana, había sido elocuente; en ella las obsesiones de Franquín afloraron paulatinamente, si bien pasaron desapercibidas a gran número de lectores. Nuevamente en ella los monstruos, los personajes extraños, deformes o terroríficos hicieron su aparición periódica. Unos monstruos que Franquín aumentará y adornará en dibujos no comerciales realizados para fanzines y recogidos luego en un volumen.
Y finalmente, hasta ahora, las Ideas Negras. De Le Trombone Illustré pasaron a Fluide Glacial, la revista de Gotlib. Las Ideas Negras son lógicamente ideas humorísticas, humor negro puro. Pero a la vez las Ideas Negras introducen una nueva técnica gráfica basada en las manchas. Con el antecedente de las antiguas siluetas, Franquín adopta las figuras en negro dibujando sobre ellas los detalles en blanco, lo que les confiere una sensación de relieve que las siluetas no tenían. Naturalmente el sistema admite múltiples variantes. Había sido ya ensayado en Gaston. Pero sobre todo la técnica del negro ha significado una vez más un portentoso avance en el arte de Franquín que ahora ha terminado de revelar esas grandes facultades que sólo unos pocos poseen. Con una simple mancha negra Franquín se expresa a voluntad, porque le basta esa mancha negra, informe a veces, para hacernos ver en ella lo que quiere. La propia mancha tiene en sí misma significado, expresión, acción e incluso sentimientos.
¿Qué más puede esperarse de Franquín, creador de ilusiones, maestro de fantasías y uno de los más grandes artistas que el cómic ha tenido?

2 comentarios:

  1. Me ha sorprendido la noticia de la muerte de Salvador Vázquez de Parga, al que siempre he mirado con cierta envidia. A su condición profesional de magistrado se unía la circunstancia de que escribía sobre lo que son mis hobbies principales. En mi biblioteca tengo sus libros "Los cómics del franquismo", "Los mitos de la novela criminal", "Héroes de la aventura" y "Espías de ficción", además de los volúmenes dedicados a Harold Foster y Alex Raymond de la colección "Cuando el cómic es nostalgia". Sin duda un gran conocedor de los temas que trataba, aunque en los últimos años no se ha prodigado demasiado. Una gran pérdida tanto desde el aspecto teórico como desde el del entretenimiento.

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  2. Que buén artículo sobre Franquín !!

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