Tras la reseña de “Gringos locos” volvemos a Olivier Schwartz (1963, Nogent-sur-Marne) para examinar uno de los hitos de su carrera, la serie del Inspecteur Bayard, que afrontó a partir de 1988. Cinco años antes Schwartz había debutado como dibujante en el fanzine PLG y poco después realizó alguna que otra colaboración para el mercado infantil ya como profesional.
La serie Les enquêtes de l'inspecteur Bayard fue publicada regularmente en Astrapi, revista que demuestra la importante oferta que mantiene el cómic dentro del quiosco galo, admirable en los tiempos que corren, y que habría que agregar a nuestro reciente recorrido por el quiosco europeo. Con cadencia bimensual, Astrapi ronda una tirada de 70.000 ejemplares y está enfocada, tal y como aclara su lema, a lectores de entre 7 y 11 años.
La serie, aparte de publicarse en la revista, se ha distribuido en dieciocho álbumes, el primero con guión de Dieter y Jean-Claude Cabanau y el resto con guión de Jean-Louis Fonteneau, todos ellos con color de Christine Couturier.
Los álbumes:
- Pas de vacances pour l'inspecteur
- L'inspecteur n'a peur de rien
- Mystères à toute heure
- Lili, Grisbi et compagnie
- Les dragons du diable
- Bons baisers de l'inspecteur
- La nuit du Yorg
- Alerte à Zyklopolis
- Sale temps pour l'inspecteur
- Coups de feu à New York
- L'inspecteur voit rouge
- L'Inspecteur Bayard chez les stars
- Ça chauffe à Texico !
- Le Yorg se déchaîne
- L'inspecteur crève l'écran
- Bienvenue en enfer
- Sam se Rebiffe
- Trafics en Afrique
El nombre del protagonista se tomó de Bayard Presse, el gigante editorial responsable entre otras publicaciones de Astrapi, y luce un mechón rubio a modo de tupe. Al costado del inspector, tenemos personajes como Isabelle Mirrette (Isa), Sam y el robot Yorg, mientras que Malmor y Monsieur K aparecen como villanos recurrentes.
La estructura del cada caso del inspector se apoya en una investigación, quedando el final en suspenso e invitando al lector a sacar sus propias conclusiones. Luego la solución se ofrece en una página posterior. Este extremo se mantiene en las ediciones de álbum, y así la aventura queda inconclusa y te indica la solución en una página determinada, a la que acudes para comprobar tus pesquisas. Hay, de hecho, álbumes que compilan varios casos del inspector, historietas cortas de entre seis y doce páginas, y a modo de epílogo del volumen se agrupan las soluciones a todos los casos, mientras que otros álbumes en los que una aventura ocupa unas cuarenta y tres páginas se recurre a una serie de viñetas invertidas para que, una vez girado el volumen, el lector desentrañe algún enigma.
La edición, de 21 x 28.5 cm y en cartoné, es muy agradable y manejable, un formato idóneo para un tebeo infantil, que además permite a Schwartz alternar un decoupage de tres o cuatro filas de viñetas con otras composiciones de dos filas de viñetas sin que altere la percepción de un producto cuidado, ágil, dinámico y divertido.
El dibujo en sí es el que ha encumbrado a Schwartz, puro atomstyle en la línea de Yves Chaland con unos colores planos dentro de los más estrictos presupuestos de la línea clara. Es difícil mantener la compostura y no dar rienda suelta al entusiasmo al ver la calidad del dibujo de Schwartz, pues además de la autoconciencia que se palpaba en Chaland, esa percepción de que estaba haciendo historia, en Schwartz el trazo es de una naturalidad envidiable, quizá porque al estar dirigido a un público infantil no tiene la presión de la crítica especializada (como si le ocurriría en sus colaboraciones con Yann), y de esta manera el dibujante, según dicen de un alto nivel de perfeccionismo, exhibe su trazo con completa naturalidad y soltura, al tiempo que se ofrece a los jóvenes lectores un producto sofisticado, con la actitud de la posmodernidad. (ver imagen posterior, pinchar para ampliar)
En el futuro reseñaremos algún álbum en concreto, pues ciertamente merecen no pasarse por alto –aparte de que tienen un precio muy asequible–, pero no queríamos dejar de dedicar una entrada a esta serie dentro de nuestro especial línea clara.
En el Festival de Angoulême de 2003 la serie fue reconocida con el premio Alph'art Jeunesse 7/8 años.
Ya hacia el 2005, Olivier Schwartz se había convertido en uno de los puntales de la revista Astrapi, con su serie del Inspecteur Bayard, pero también con su colaboración en otras secciones e ilustrando tebeos de carácter histórico. Sin embargo, Inspecteur Bayard se acabó para Schwartz en su álbum decimoctavo, al dar un giro a su carrera de la mano del guionista Yann y fichar con la editorial Dupuis.
Tras un intento de resucitar a Gil Pupila, que no prosperó por el rechazo de los herederos de Tillieux, que incluso se negaron a ver las pruebas realizadas, Schwartz triunfó con su Spirou de “Le Groom vert-de-gris” y el biopic “Gringos locos”. No obstante, pese a la calidad de esos dos grandes trabajos, no habría que olvidar su contribución con el Inspecteur Bayard, que ya por sí sola le valdrían para alcanzar el olimpo del noveno arte.
Otras obras de Schwartz en Mis cómics y más: