A lo largo de mi vida como lector-degustador de tebeos he ido adquiriendo una serie de manías que ignoro si son exclusivamente mías o compartidas por otros aficionados al noveno arte. Una de ellas consiste en que, cuando sale un nuevo episodio de una serie por entregas, tengo que releer todos los capítulos anteriores. Haciendo ésto me pongo al día con el argumento y puedo apreciar mejor los detalles del guión. Como justificación a mi rareza argumentaré la excusa típica de que mi memoria empieza a fallar a causa de la edad. No cabe duda que otro factor relevante y digno de tener en cuenta es el relativo a la dilación que se produce entre la aparición de un album y el siguiente, lo que origina que, un voraz consumidor de cómics como yo, olvide de que iba la trama.
Esta introducción me sirve para confesar que con motivo de la aparición del segundo tomo de "Las águilas de Roma" (Les aigles de Rome) de Enrico Marini, he vuelto a releer el primer volumen, circunstancia que he aprovechado para redactar esta entrada.
La versión original de esta serie fue publicada por Dargaud, apareciendo el primer capítulo en noviembre de 2007 y el segundo en octubre de 2009. En España hemos tenido bastante suerte puesto que la traducción al castellano fue editada por Norma tan sólo seis meses después de su aparición en francés: en junio de 2008 el tomo I y en mayo de 2010 el tomo II. Esta celeridad se debe, sin duda, al éxito tanto de crítica como de público, de los trabajos precedentes del autor de la obra, como Olivier Varèse, Gipsy, La estrella del desierto, Rapaces y, sobre todo, El Escorpión, ya comentado en este blog.
El argumento de Las águilas de Roma reúne todos los elementos propios del peplum. Tras ser derrotado por Druso, Sigmar, príncipe de los queruscos, se ve obligado a dejar como rehén de sus enemigos a su hijo Ermanamer, para de esta forma garantizar la paz y las alianzas con sus oponentes. Trasladado a la capital del imperio, Augusto encomienda a Tito Valerio Falco la educación del joven germano como un romano más, siendo rebautizado como Arminio. Se da la circunstancia de que Falco tiene un hijo, Marco, que es de la misma edad que el rehén. En un principio, ambos adolescentes chocan con fuerza, pero, poco a poco, va surgiendo entre ellos una gran amistad, sellada con un pacto de sangre. Encontraremos, pues, en las andanzas de nuestros protagonistas, batallas contra los bárbaros que amenazan el imperio, luchas sin cuartel por el poder político, entrenamiento militar dirigido por un antiguo legionario, amores imposibles, bacanales y depravación sexual, etc.
Al leer estos dos albumes me han venido a la mente referencias de clásicos del cine como Ben-Hur (la amistad de los dos jóvenes, la carrera de cuádrigas), Espartaco (la preparación militar), Yo, Claudio (la corrupción moral y las conspiraciones partidistas) Gladiator o La caida del imperio romano (las batallas contra los bárbaros).
Todo aderezado con personajes históricos, como los citados Augusto y Druso, o Seiano, el prefecto de la guardia pretoriana.
El autor, tanto del dibujo como del guión, es el italiano, aunque nacido en Suiza, Enrico Marini (1969). En anteriores trabajos, sólo o en compañía de otros, había tocado con notable acierto géneros tan variopintos como el western, los vampiros, la acción futurista y la aventura más o menos histórica. Ahora le toca el turno a una de romanos.
Las imágenes de Marini destacan por su vistosidad, dinamismo y deslumbrante colorido, imponiéndose el clasicismo frente a la estética manga que se reflejaba en sus primeras creaciones. Cabe resaltar la importante labor de documentación en edificios, decorados y términos latinos, lo que motiva la incorporación de un glosario al final de cada tomo.
Veremos que nos depara la continuación de esta recomendable obra que, pese a su guión algo previsible, no impedirá que cuando salga el tercer volumen vuelva a releer los dos primeros.