Décima entrega de Alix senator, serie que nació en 2012 con la excelente Las águilas de sangre como derivación de Alix, todo un clásico del cómic belga. En esta ocasión abandonamos la ciudad eterna y sus cloacas, metáfora de la pobredumbre que emana de la urbe por excelencia de la Antigüedad, para adentrarnos en un rincón de la Galia remiso a incorporarse al todopoderoso Imperio Romano.
Como viene siendo habitual, nos encontramos con un álbum en grand format cuyas dimensiones permiten generosas panorámicas, grandes planos y momentos de reconstrucción histórica ricos en detalles. A diferencia de los primeros álbumes, el color ya no lo firma el propio dibujante, Thierry Démarez, y lo confía a Jean-Jacques Chagnaud. Ello implica un cambio respecto del inicio de la serie: la acusada tridimensionalidad se atenúa, el color ya no cumple esa función de manera tan acusada y el dibujo, mediante la técnica de rayado (como un Rosiński, por ejemplo), trata de suplirlo; el resultado redunda en un acabado más próximo a la bande dessinée aventurera, es decir, sin resabios ni de la BD de ciencia ficción ni del cómic anglosajón en general.
Apuntado este aspecto, cabe subrayar cómo la ambientación rompe con lo acostumbrado al presentar paisajes nevados, páramos neblinosos, espesas arboledas y vegetación frondosa. La naturaleza, refugio de un puñado de desgraciados, tocados por el infortunio y la crueldad de la Pax Romana, forma parte activa del tono del relato. Lo vertebra una trama ubicada en Alesia, nombre propio con sabor a victoria o a derrota, según los labios que la menten. Esta elección histórico-geográfica remite a Vercingentorix, un trabajo de madurez de Jacques Martin, padre de la serie. La revancha que acompaña a la mera mención de Alesia se prolonga en inquina y rencor, deseos de venganza y desencuentros entre unos personajes cuyas divergencias les abocan a un desenlace sangriento, sin más freno que el temple y la sensatez de un Alix entrado en años.
Con todo, lo más llamativo proviene del guion de Valérie Mangin: hay pasajes relatados por Alix, y que leemos directamente como parte de la acción, que quizá no se ajusten del todo a la verdad; el recuerdo se presume borroso. De esta manera se pone de relieve la importancia del narrador, pues determina de un modo u otro lo narrado. Así, descubrimos que los paisajes que hemos leído, es decir, visto, nevados, en realidad no eran blancos sino que probablemente lucían el verde de la naturaleza en todo su esplendor. Este detalle aparentemente nimio, sumado a otros hechos cruciales incluidos en este álbum, demuestran que el curso de la Historia depende de cómo se lea e interprete el pasado.
Enlaces:
Reseña de El bosque carnívoro en Comicverso
Reseña de Las águilas de sangre en el blog MasBD
También en Mis Cómics y más:
Reseña de Los espectros de Roma
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